Cuando iba a bajar del tren observé a una hermosa joven leyendo La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, y lo que en un pasado no muy lejano hubiera sido una irreprimible e instantánea declaración de amor eterno, aun a riesgo de salir de la estación amablemente acompañado por el personal de seguridad, dejó paso a una sonrisa cómplice que dibujaba un verso...ya somos más viejos y sinceros. Al fin y al cabo, no creo que la obra de Kundera fuera la responsable de este paupérrimo conato de locura postromántica, sino el principio de Trópico de Cáncer:
Aquí estamos todos solos y muertos
2 comentarios:
probablemente, mi novela favorita. yo tb me hubiera enamorado a primera vista.
eres genial, capaz de unir en un post tan sintético a kundera, benedetti, miller y miles davis.
sí, todos estamos solos, pero aún creemos en la ilusión de no estarlo.
un abrazo.
Si es que interesarse por alguien así es muy humano, una buenísima razón para declarar amor eterno mientras viajas en el Tranvía ovárico.
Saludos
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